Cita de Roosevelt

"Ningún país, sin importar su riqueza, puede permitirse el derroche de sus recursos humanos. La desmoralización causada por el desempleo masivo es nuestra mayor extravagancia. Moralmente es la mayor amenaza a nuestro orden social" (Franklin Delano Roosevelt)

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miércoles, 13 de mayo de 2020

Soberanía (monetaria) o barbarie

Artículo publicado originalmente en Cuarto Poder el 12/05/2020

No se puede escindir la política monetaria de la política fiscal. Cuando se intenta, las motivaciones no suelen ser inocentes y las consecuencias pueden ser desastrosas. Esta esquizofrenia monetario-fiscal suele ser una estratagema para limitar el poder del Estado sometiéndolo a instancias no democráticas.


La moneda es un elemento integral de las relaciones de poder que se establecen dentro de un Estado pero también en la jerarquía de Estados. El diseño de los mecanismos de creación y destrucción de moneda tiene efectos sobre el acceso a la misma y, por tanto, sobre su distribución en la sociedad.

En el Estado capitalista se concede una licencia a las entidades bancarias, frecuentemente privadas, para que operen otro circuito monetario que se apalanca sobre el dinero del Estado. Éste se inicia con la concesión de crédito, lo cual implica la creación de depósitos o dinero bancario en el mismo acto, y se cierra con la amortización de los préstamos. Este mecanismo otorga un inmenso poder a la clase capitalista pues le permite decidir qué recursos se movilizan y qué actividades económicas se realizan. Pero al mismo tiempo, el sistema financiero capitalista genera inestabilidad pues encadena ciclos especulativos con prolongados períodos de depresión. El Estado capitalista crea grupos privilegiados con mejor acceso a la moneda para facilitar el proceso de acumulación.

El Estado, dotado de soberanía monetaria, puede compensar la inestabilidad del sistema financiero con una estricta supervisión bancaria y actuando de forma anticíclica gracias a su capacidad ilimitada de emisión que le permite pagar los “platos rotos” cuando una burbuja se pincha. Como dice Warren Mosler, no hay crisis financiera lo suficientemente profunda que no pueda ser resuelta con un déficit lo suficientemente amplio. Sin el sustento de las instituciones monetarias y fiscales del Estado capitalista, el circuito monetario bancario sería mucho más inestable y quizás inviable. Escindir el circuito monetario-fiscal sirve para debilitar el control democrático sobre el sistema financiero y acentuar la inestabilidad financiera.
Solo quien ignora esta naturaleza dual de nuestro sistema monetario y fiscal podría haber diseñado la unión monetaria europea. En esencia, la eurozona ha demostrado ser un torpísimo experimento de esquizofrenia monetario-fiscal que ha socavado el control democrático y nos ha incapacitado para responder a las crisis financieras y económicas. No hacía falta más que mirar al continente africano donde la más antigua unión monetaria, la del franco CFA, ha sojuzgado a las antiguas colonias francesas condenando a su población a buscarse un futuro abriéndose las carnes en las concertinas de Ceuta y Melilla o afrontando una peligrosa travesía en patera.

La pandemia de la covid-19 y sus secuelas económicas van a exponer en toda su crudeza la pérdida de soberanía democrática y capacidad de respuesta de nuestro Estado. El euro nos hará más parecidos a esos Estados fallidos anclados en el subdesarrollo y menos a esos estados del Norte de Europa que ansiábamos ser.

La pandemia global ha sido como una bofetada a toda la sociedad. Todos recordaremos la experiencia de haber vivido bajo confinamiento durante dos meses; la pérdida de seres queridos; o el trauma de haber perdido empleos y negocios. La pandemia nos deja un legado sombrío en lo económico. Como en el mito de Sísifo, cuando ya creíamos que podríamos superar la tasa de desempleo anterior a la crisis de 2008, la piedra ha caído rodando hasta el fondo. Tendremos que empezar a empujar la piedra con una tasa de paro que fácilmente se nos irá a más del 20%. En España es probable que una de cada tres personas en edad de trabajar hoy no tenga empleo.

La pandemia ha reinfectado la herida mal cicatrizada que dejó la crisis de 2008. Es cierto que otros países van a experimentar una recesión importante que quizás devenga en gran depresión. Pero pocos serán tan azotados como las grandes economías del Sur europeo. Las tres penínsulas meridionales se han convertido en los enfermos de Europa. Desde la anterior crisis económica, su crecimiento económico ha tenido poco lustre. Las políticas de austeridad y devaluación interna han erosionado su cohesión social, han debilitado la capacidad de actuación de sus estados y han cegado cualquier ruta de desarrollo industrial o económico que no sea la mera repetición de viejos tropos de un tejido económico obsoleto, productor de un valor añadido menguante. Altas tasas de desempleo y emigración son los precios que, sobre todo, están pagando los jóvenes.

No somos víctimas de ninguna plaga bíblica ni de ninguna tara genética. Simplemente nos incorporamos a una unión monetaria disfuncional. Nuestro pecado fue renunciar a nuestros bancos centrales y a nuestra moneda. Comprometimos así la capacidad de controlar el sistema financiero ya que carecemos del emisor que podría haber rescatado a nuestros bancos durante la crisis financiera global. Tras la pandemia volveremos a comprobar cómo la carencia de soberanía monetaria nos vuelve impotentes para dar una respuesta adecuada.

La crisis es pues estructural y se comprende mejor como parte de un proceso secular de concentración del poder económico en el Norte de Europa. Estamos condenados a convertirnos en una periferia cada vez más irrelevante. La pandemia es solo un factor acelerador de este proceso irreversible de decadencia.

Nuestras élites, apocadas y serviciales con el hegemón europeo, se sienten incapaces de encontrar dentro de sí mismas las soluciones para impulsar una respuesta. El armazón institucional europeo es una camisa de fuerza que no ofrece alternativas. El artículo 135 de la Constitución Española exige que nuestras cuentas públicas tengan un saldo inferior a un déficit estructural equivalente al 0,40% del PIB. Resulta bizarra una exigencia legal que condiciona un saldo contable de las cuentas públicas a una cifra imaginaria pues ese déficit estructural corresponde al que nuestra economía tendría teóricamente en una situación de pleno empleo. El problema es que para calcular este déficit estructural se emplea otro concepto igualmente inaprehensible llamado tasa “natural” de desempleo. El bizantino diseño de las reglas fiscales europeas ha trocado objetivos reales por otros imaginarios: ya no se busca el pleno empleo o el desarrollo económico sino cuadrar un saldo contable. Este año las autoridades europeas permitirán un breve paseo por el patio de la cárcel pero pronto tendremos que retornar a la celda.

Sánchez y sus ministras no pueden ignorar que su éxito electoral depende de una buena gestión de la crisis pospandémica. Saben también que necesitan más fondos para gestionar los escudos sociales y programas de reconstrucción que evitarían la ruina de este país. Pero sin soberanía monetaria no podemos crearlos, tenemos que conseguirlos de alguna fuente externa y eso nos reduce a la posición del mendigo.

Una opción es aplacar al “dios Mercado” pero será imposible presentar unas cuentas “saneadas” que haga atractivas nuestras emisiones de deuda pública. De allí el interés en resucitar los eurobonos, recientemente rebautizados como ‘coronabonos’, que consisten en emisiones mutualizadas de la deuda de los países del Sur, percibidos como menos solventes, y la deuda de los países del Norte con cuentas públicas más saneadas. Los países del Norte se han negado a complacer a Conte y Sánchez. Parece aún más inverosímil que tal propuesta salga adelante si tenemos en cuenta la reciente sentencia del Tribunal Constitucional alemán acerca de las operaciones de compra de deuda por el sistema de bancos centrales europeos. El Norte quiere nuestros mercados pero no quiere crear mecanismos redistributivos que hagan sostenible el desequilibrio comercial.

Los países septentrionales, menos afectados por la covid-19, nos han ofrecido una propina: unos préstamos del Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE). Conviene aclarar que todos los países de la zona euro contribuyen a los fondos de los que salen los préstamos, incluidos Italia y España, en función de una clave de reparto. El fondo dotado para cubrir solo gastos sanitarios derivados de la pandemia asciende a 240 mil millones de euros a los que España aporta en proporción a la ponderación de su PIB dentro de la eurozona. Se estima que podría solicitar hasta el equivalente del 2% de su PIB o unos 24.000 millones €. Teniendo en cuenta que tendremos que aportar el 11,9% de los fondos, no acierto a ver dónde está el negocio para España, sobre todo si tenemos en cuenta la condicionalidad que implicarán en el futuro.

Es cierto que nos han dicho que este año no habría condicionalidad pero no olvidemos que se firma un memorando de entendimiento con potencias foráneas. Es probable que el Gobierno de España acepte esta oferta de rescate que socavará nuestra soberanía en perjuicio del Parlamento que debería ser la única instancia en la que se acordaran nuestros límites de gasto público. Recordemos que, en caso de que hubiera que renegociar condiciones con los acreedores de la deuda pública española, podría ser el MEDE quien se convirtiera en nuestro representante ante los acreedores en lugar del Gobierno de España. En todo caso, este instrumento no empieza a cubrir las necesidades financieras de un verdadero plan de reconstrucción económica.

La opción más acertada, dentro del marco de la eurozona, sería recurrir a la facilidad que ha ofrecido para este año el Banco Central Europeo (BCE) que ha anunciado que compraría hasta 750 millardos de euros de títulos de deuda pública. Este programa permitiría colocar las emisiones de deuda pública española sin muchas dificultades en el mercado primario pues los operadores sabrían que al día siguiente el BCE estaría dispuesto a comprar gran parte de ella.

Sin embargo, nuestra democracia también queda en suspenso si aceptamos esta oferta. En esencia, se nos dice que nuestros niveles de gasto público y endeudamiento pueden ser mayores o menores en función de la opinión o el humor de los responsables del emisor de la zona euro, una entidad independiente de los Estados. La cuestión no es trivial. La semana pasada el Tribunal Constitucional de Alemania, en un pronunciamiento de un caso sobre las competencias del BCE iniciado por conservadores de ese país, exigió al BCE que justificara su programa de compra de activos. El Constitucional alemán considera que la respuesta que le dio hace dos años el Tribunal de Justicia Europeo (TJUE) no era clara y por tanto ha interpelado al BCE directamente. También han ordenado al Bundesbank que deshaga sus posiciones en títulos de deuda púbica adquiridas dentro de los programas de compras de activos del BCE. Son más de 500 mil millones de € cuya súbita salida al mercado elevaría primas de riesgo y trastocaría los mercados de deuda. El caso pone de relieve la posición subalterna de países como España. Los conflictos de competencias que se están dirimiendo entre el TJUE y el tribunal alemán nos exponen a una crisis financiera que amenaza la viabilidad de nuestros planes de rescate.

Salir de la crisis pospandémica requerirá movilizar todos aquellos recursos que el sector privado, en este momento, no desea o no está en condiciones de movilizar. Cuando acabe la pandemia seguramente habrá más de 5 millones de desempleados. Sin duda, el Estado podría movilizar a una parte de ellos con proyectos que nos permitieran una rápida vuelta a la normalidad. También podría generar la demanda predecible que requiere el sector privado invitándolo a participar en proyectos dirigidos a conseguir una transformación de nuestro modelo energético y productivo. Para ello solo basta crear dinero, algo que se puede hacer con un ordenador. El problema es que el Gobierno español no tiene el teclado.

Las tres soluciones para el reto de financiar un plan de reconstrucción —coronabonos, MEDE, programa de compras por la emergencia pandémica del BCE– requieren la aprobación de instancias que no están sometidas a la soberanía democrática del pueblo español. Todas exigen el plácet de los mercados financieros, de potencias extranjeras o de un órgano gobernado por tecnócratas supuestamente independientes.

Bastaría con tener un banco central propio, un plan de desarrollo ambicioso y la determinación de llevarlo a cabo para convertir a España en uno de los más prósperos países del planeta. Pero tal osadía no está en los planes de nuestro gobierno ni de los partidos políticos.

Hace décadas que las élites de este país decidieron renunciar a gobernarnos y prefirieron entregarles a otros la soberanía. Les resultó conveniente desmantelar el sector público empresarial e iniciar un proceso de ‘modernización’, el eufemismo para referirse a un conjunto de reformas estructurales que liberalizan los mercados y suprimen derechos de trabajadores. El proyecto europeo sirvió de meta y justificación de lo que las élites querían para este país. Eso suponía someter nuestra política económica a la voluntad de potencias de mayor rango y conformarse con aceptar un papel subalterno en Europa, integrando nuestras empresas en las cadenas de valor europeas en escalones intermedios o bajos. La pérdida de soberanía se completó con la entrega de nuestra divisa y la renuncia a un banco central propio y se disimuló con la elección de diputados a un Parlamento europeo que actúa como mero sancionador de las decisiones que toman los Estados hegemónicos.

La sociedad española ha pagado un altísimo precio en términos de bienestar, oportunidades profesionales y desarrollo económico. Las instituciones europeas no gobiernan en pro del pueblo español sino a favor de los intereses de las oligarquías capitalistas. La primera gran recesión de este siglo, con el giro a la austeridad impuesto en 2010 desde Bruselas, Fráncfort, París y Berlín, debió dejar esta realidad meridianamente clara.

Las élites españolas se han convertido en los mayorales de la finca germánica. No son capaces de concebir ninguna solución que no provenga de sus superiores jerárquicos. Para los políticos españoles las soluciones a nuestros problemas sólo pueden proceder de una potencia extranjera. La actitud suplicante, las apelaciones a la solidaridad entre países que comparten un proyecto europeo, concluyeron con los humillantes comentarios de los holandeses cuyo primer ministro prefiere contentar a un pueblo que busca en nosotros el chivo expiatorio para los daños causados por el neoliberalismo.

El tribunal alemán ha demostrado que su país es capaz de apretar el detonante de la disolución del euro si interesa a sus élites. En Alemania se está desarrollando una batalla entre ultraconservadores hostiles al euro, con creencias erróneas sobre la función de la política monetaria y mitos arcaicos sobre el ahorro, y oligarcas exportadores, que conocen que su éxito comercial depende de seguir explotando los mercados del Sur para lo que necesitan la moneda común. La batalla sin duda se saldará a favor de éstos, por ahora, y la moneda común durará mientras estos mercados se puedan seguir explotando. Pero lo que nunca permitirán las élites alemanas será el desarrollo de un competidor en el Sur.

Desde la Asociación Red MMT hemos emitido un Manifiesto con cinco propuestas que serían eficaces para sacarnos del marasmo de normas fiscales. Su aplicación requiere de un ejercicio de soberanía. Solo falta la voluntad de erguirse del pueblo español y, sobre todo, de sus dirigentes.

jueves, 9 de abril de 2020

O plan de reactivación o gran depresión

Juan Carlos Barba
Juan Laborda
Stuart Medina


Inicialmente publicado el 31 de marzo de 2020 en el blog de Juan Carlos Barba Gráfico de la Semana.

Uno de los ejercicios más difíciles y recurrentes que hemos observado en las últimas semanas es adivinar el impacto de la pandemia Covid-19 en la economía global y en la de cada uno de los países. Algunas pecan de optimistas, mientras que otras dibujan un panorama desolador. Hay que reconocer que el ejercicio es complicado, porque nadie ha vivido algo semejante y todavía no disponemos de las estimaciones de la contabilidad nacional. Sin embargo, los indicadores adelantados no son nada alentadores.

China, que empezó a tomar medidas de reclusión en enero, ha experimentado una caída en los índices de producción industrial de enero y febrero del 15%, y otros índices de actividad productiva sugieren caídas no menores al 6-8%. Recordemos que allí solo se cerró completamente una provincia, mientras el resto del país seguía produciendo.

Pero en Europa cada país ha tomado decisiones unilaterales, cerrando casi todos ellos sus fronteras. En pocas semanas, el cierre será total en todo el continente. Para Alemania, Heiner Flassbeck y Friederike Spiecker prevén caídas del 14% en el PIB para este año. En EEUU, distintos bancos de inversión proyectan una caída del 6% en el primer trimestre y del 24 al 30% en el segundo. Allí, las solicitudes de prestación de desempleo han llegado a 3,3 millones la semana pasada.
Para España, tampoco pintan bien las cosas. Los autores de este artículo hemos hecho un ejercicio de estimación a partir del inventario de daños que ya conocemos. El sector de turismo y hostelería está completamente cerrado, así que esperar caídas en la producción superiores al 90% por mes de confinamiento no resulta osado. Gran parte del comercio minorista, excluyendo las ventas de alimentos, farmacias y estancos, también ha echado la persiana, cegando el canal minorista de la mayoría de las empresas industriales. No resulta aventurado estimar caídas de producción del 15% por mes de cierre. La construcción, otro sector relevante de nuestra economía, pudo seguir durante dos semanas después de decretado el estado de alarma y se paralizó esta misma semana. Todos los espectáculos, cines, teatros y recintos deportivos llevan cerrados desde mucho antes. El transporte aéreo está interrumpido y gran pare del transporte terrestre también.

Recurriendo a las tablas 'input-ouput' de la economía española, que lamentablemente el Instituto Nacional de Estadística no mantiene muy al día, pues solo disponemos de las de 2016, podemos prever una caída de la producción del 9% en el primer trimestre y superior al 30% en el segundo trimestre. En términos de PIB a precios corrientes, proyectamos una caída del 8% el primer trimestre y del 27% si el cierre se prolongara hasta mayo. Véase en el cuadro 1 la desagregación, desde el lado de la oferta, para los dos primeros trimestres del año y todo 2020. Hemos ignorado escenarios peores, tales como un alargamiento del confinamiento hasta junio o un retorno de la pandemia en otoño. No creemos que el incremento del gasto sanitario y el mayor consumo de servicios de telecomunicaciones e informática vayan a compensar estas caídas. Tampoco hemos podido incorporar el impacto de un comercio exterior, que se ha enfriado, ni el derrumbe de la inversión.



 Cuadro 1.- Estimaciones PIB nominal dos primeros trimestres del año y todo 2020.

Las comparaciones con una guerra no parecen muy afortunadas. No estamos experimentando una destrucción del capital físico ni pérdida masiva de personas en edad de trabajar para el tejido productivo. En el año 1940, John Maynard Keynes publicó un opúsculo titulado “Cómo pagar la guerra”, donde trataba de responder al reto de movilizar y redirigir todos los recursos de la economía británica para el esfuerzo bélico asegurando un mínimo estándar de bienestar para los hogares. Pero el problema de ahora es el contrario: cómo desmovilizar prácticamente toda nuestra economía y conseguir que arranque después del estado de alarma. Cuando pase la pandemia, el capital productivo y la fuerza de trabajo seguirán allí, intactos y esperando a ser movilizados. El que la recesión tenga forma de V, de U o de L dependerá en gran parte de los planes económicos del Gobierno.

Calviño, 'read my lips', TMM, 'there is no alternative'

El problema es que tenemos nuestro primer ministro holandés instalado en nuestro país desde hace décadas. Son todos aquellos cuyo único objetivo económico es hacer cumplir los criterios de Maastricht. Son todos y cada uno de los ministros de Economía con los que ha contado el Reino de España a lo largo de nuestra democracia, soportados por las redes de poder que manejan los hilos desde la Restauración. Y ahora el problema se llama Calviño.

Desde un principio, había una solución óptima para todos. La hipótesis era muy sencilla, dos meses de confinamiento total, pero soportando con dinero público las rentas de los trabajadores y los costes fijos de las empresas. Lo del confinamiento total con permisos retribuidos recuperables es una broma, es no entender que van a caer miles de empresas porque la demanda no se desplaza a placer automáticamente. Una alternativa, el modelo danés, salvar las pymes a toda costa, parafraseando el acertado titular de un análisis reciente. Se trata de una ayuda directa a las empresas, que serán las que recibirán la compensación y pagarán las nóminas, sin ninguna rebaja en el sueldo. En el caso general, el Estado pagará el 75% del salario y el 25% la empresa, pero con un máximo mensual entre 3.100 y 3.500 euros. Obviamente, aquí esos niveles serán muy inferiores, por nuestra estructura salarial. Pero topamos con nuestro primer ministro holandés, todos y cada uno de nuestros ministros de Economía, ahora Calviño.

No, esto no va de coronabonos, porque no va de confianza de los mercados, vía mutualización de la deuda. El Banco Central Europeo puede hacer lo que quiera con los tipos de interés, con las curvas de deuda, repito, lo que le dé la gana. Los manuales de 'money and banking' que se usan en las facultades son inservibles. El dinero es endógeno y los tipos de interés, cuasi-exógenos. No, esto no va de acudir al Mecanismo Europeo de Estabilidad para que después nos impongan condiciones draconianas en términos de salarios y gasto público, que nos empobrezcan como sociedad. Solo hay una alternativa, la monetización directa, que es lo que acabarán haciendo las naciones libres con soberanía monetaria. O la propuesta del BCE. Esta supone un mecanismo tortuoso, pero tiene el mismo efecto que el de un soberano monetario que puede disponer de un descubierto en su cuenta del banco central.

El Banco Central Europeo anunció un Programa de Compras para la Emergencia de la Pandemia por importe de 750.000 millones de euros, sin exigir que los Estados miembros se comprometan a alcanzar el equilibrio presupuestario, y por lo tanto invitándoles a gastar mucho más y dejar que sus déficits aumenten. Solo hay una pega a este mecanismo, y es que el respaldo del BCE debería ser de por vida, porque si fuera temporal, y en un momento determinado dejaran de darlo, nuestra deuda sería impagable. Úsenlo, ministras Montero y Calviño, porque si no el destrozo social, económico y moral de nuestro país será insoportable. Y nuestras previsiones se quedarán cortas. Si además no presentan un New Deal para después, la derrota electoral de la izquierda será definitiva y llegará al poder la ultraderecha.

Estamos ante una UE a la que se le ven las costuras de una impostura, de un pretender defender el valor republicano de la fraternidad pero que a la hora de la verdad defiende la ley del más fuerte, en este caso Alemania y sus satélites. Es por ello que los países del sur de Europa deberíamos exigir a la UE que se nos trate no como Estados vasallos cuyos ciudadanos tienen menos derechos que los del norte sino como iguales. Y si no resulta así, es nuestro derecho el no aceptar esa situación de sumisión. Porque entonces significará que la eurozona en realidad ha sido nada más que un montaje que ha permitido a la industria exportadora alemana expandirse hasta límites que jamás hubieran sido posibles si Alemania hubiera permanecido con su propia moneda, aislada como Estado-nación, y por tanto con unos tipos de cambio mucho más altos.

Nos preguntamos qué les ocurre a las élites españolas para aceptar tal situación. Posiblemente, para encontrar la respuesta haya que retroceder hasta 1953, cuando la soberanía nacional se vendió a trozos a cambio de que el Imperio (los EEUU) permitiera que el dictador muriera en la cama 22 años después. Y a que ese mismo Imperio, temeroso de que la URSS convirtiera España en un satélite suyo, arbitrara una reforma en que las estructuras de poder fundamentales pervivieran y a cambio se estableciera una democracia limitada, con una izquierda totalmente domesticada, una derecha genuflexa y unos medios de comunicación en su inmensa mayoría al servicio del 'statu quo'. Unas élites que venden a los ciudadanos españoles al mejor postor a cambio de asegurar sus privilegios.
Cuarenta y cinco años después de la muerte del dictador, y tras el batacazo inmenso de 2007-2013, nos hemos chocado con los problemas que ocasiona una democracia limitada, corrupta y dirigida por intereses bastardos ajenos al bien común. Esperemos que si algo bueno puede salir de esta tragedia que hemos empezado a vivir sea el que nos podamos sacudir de una vez las cadenas, romper con esta excrecencia del Antiguo Régimen que es en realidad el Régimen del 78, y ser capaces de emprender una nueva era de democracia plena y al servicio de todos.