Cita de Roosevelt

"Ningún país, sin importar su riqueza, puede permitirse el derroche de sus recursos humanos. La desmoralización causada por el desempleo masivo es nuestra mayor extravagancia. Moralmente es la mayor amenaza a nuestro orden social" (Franklin Delano Roosevelt)

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jueves, 9 de abril de 2020

O plan de reactivación o gran depresión

Juan Carlos Barba
Juan Laborda
Stuart Medina


Inicialmente publicado el 31 de marzo de 2020 en el blog de Juan Carlos Barba Gráfico de la Semana.

Uno de los ejercicios más difíciles y recurrentes que hemos observado en las últimas semanas es adivinar el impacto de la pandemia Covid-19 en la economía global y en la de cada uno de los países. Algunas pecan de optimistas, mientras que otras dibujan un panorama desolador. Hay que reconocer que el ejercicio es complicado, porque nadie ha vivido algo semejante y todavía no disponemos de las estimaciones de la contabilidad nacional. Sin embargo, los indicadores adelantados no son nada alentadores.

China, que empezó a tomar medidas de reclusión en enero, ha experimentado una caída en los índices de producción industrial de enero y febrero del 15%, y otros índices de actividad productiva sugieren caídas no menores al 6-8%. Recordemos que allí solo se cerró completamente una provincia, mientras el resto del país seguía produciendo.

Pero en Europa cada país ha tomado decisiones unilaterales, cerrando casi todos ellos sus fronteras. En pocas semanas, el cierre será total en todo el continente. Para Alemania, Heiner Flassbeck y Friederike Spiecker prevén caídas del 14% en el PIB para este año. En EEUU, distintos bancos de inversión proyectan una caída del 6% en el primer trimestre y del 24 al 30% en el segundo. Allí, las solicitudes de prestación de desempleo han llegado a 3,3 millones la semana pasada.
Para España, tampoco pintan bien las cosas. Los autores de este artículo hemos hecho un ejercicio de estimación a partir del inventario de daños que ya conocemos. El sector de turismo y hostelería está completamente cerrado, así que esperar caídas en la producción superiores al 90% por mes de confinamiento no resulta osado. Gran parte del comercio minorista, excluyendo las ventas de alimentos, farmacias y estancos, también ha echado la persiana, cegando el canal minorista de la mayoría de las empresas industriales. No resulta aventurado estimar caídas de producción del 15% por mes de cierre. La construcción, otro sector relevante de nuestra economía, pudo seguir durante dos semanas después de decretado el estado de alarma y se paralizó esta misma semana. Todos los espectáculos, cines, teatros y recintos deportivos llevan cerrados desde mucho antes. El transporte aéreo está interrumpido y gran pare del transporte terrestre también.

Recurriendo a las tablas 'input-ouput' de la economía española, que lamentablemente el Instituto Nacional de Estadística no mantiene muy al día, pues solo disponemos de las de 2016, podemos prever una caída de la producción del 9% en el primer trimestre y superior al 30% en el segundo trimestre. En términos de PIB a precios corrientes, proyectamos una caída del 8% el primer trimestre y del 27% si el cierre se prolongara hasta mayo. Véase en el cuadro 1 la desagregación, desde el lado de la oferta, para los dos primeros trimestres del año y todo 2020. Hemos ignorado escenarios peores, tales como un alargamiento del confinamiento hasta junio o un retorno de la pandemia en otoño. No creemos que el incremento del gasto sanitario y el mayor consumo de servicios de telecomunicaciones e informática vayan a compensar estas caídas. Tampoco hemos podido incorporar el impacto de un comercio exterior, que se ha enfriado, ni el derrumbe de la inversión.



 Cuadro 1.- Estimaciones PIB nominal dos primeros trimestres del año y todo 2020.

Las comparaciones con una guerra no parecen muy afortunadas. No estamos experimentando una destrucción del capital físico ni pérdida masiva de personas en edad de trabajar para el tejido productivo. En el año 1940, John Maynard Keynes publicó un opúsculo titulado “Cómo pagar la guerra”, donde trataba de responder al reto de movilizar y redirigir todos los recursos de la economía británica para el esfuerzo bélico asegurando un mínimo estándar de bienestar para los hogares. Pero el problema de ahora es el contrario: cómo desmovilizar prácticamente toda nuestra economía y conseguir que arranque después del estado de alarma. Cuando pase la pandemia, el capital productivo y la fuerza de trabajo seguirán allí, intactos y esperando a ser movilizados. El que la recesión tenga forma de V, de U o de L dependerá en gran parte de los planes económicos del Gobierno.

Calviño, 'read my lips', TMM, 'there is no alternative'

El problema es que tenemos nuestro primer ministro holandés instalado en nuestro país desde hace décadas. Son todos aquellos cuyo único objetivo económico es hacer cumplir los criterios de Maastricht. Son todos y cada uno de los ministros de Economía con los que ha contado el Reino de España a lo largo de nuestra democracia, soportados por las redes de poder que manejan los hilos desde la Restauración. Y ahora el problema se llama Calviño.

Desde un principio, había una solución óptima para todos. La hipótesis era muy sencilla, dos meses de confinamiento total, pero soportando con dinero público las rentas de los trabajadores y los costes fijos de las empresas. Lo del confinamiento total con permisos retribuidos recuperables es una broma, es no entender que van a caer miles de empresas porque la demanda no se desplaza a placer automáticamente. Una alternativa, el modelo danés, salvar las pymes a toda costa, parafraseando el acertado titular de un análisis reciente. Se trata de una ayuda directa a las empresas, que serán las que recibirán la compensación y pagarán las nóminas, sin ninguna rebaja en el sueldo. En el caso general, el Estado pagará el 75% del salario y el 25% la empresa, pero con un máximo mensual entre 3.100 y 3.500 euros. Obviamente, aquí esos niveles serán muy inferiores, por nuestra estructura salarial. Pero topamos con nuestro primer ministro holandés, todos y cada uno de nuestros ministros de Economía, ahora Calviño.

No, esto no va de coronabonos, porque no va de confianza de los mercados, vía mutualización de la deuda. El Banco Central Europeo puede hacer lo que quiera con los tipos de interés, con las curvas de deuda, repito, lo que le dé la gana. Los manuales de 'money and banking' que se usan en las facultades son inservibles. El dinero es endógeno y los tipos de interés, cuasi-exógenos. No, esto no va de acudir al Mecanismo Europeo de Estabilidad para que después nos impongan condiciones draconianas en términos de salarios y gasto público, que nos empobrezcan como sociedad. Solo hay una alternativa, la monetización directa, que es lo que acabarán haciendo las naciones libres con soberanía monetaria. O la propuesta del BCE. Esta supone un mecanismo tortuoso, pero tiene el mismo efecto que el de un soberano monetario que puede disponer de un descubierto en su cuenta del banco central.

El Banco Central Europeo anunció un Programa de Compras para la Emergencia de la Pandemia por importe de 750.000 millones de euros, sin exigir que los Estados miembros se comprometan a alcanzar el equilibrio presupuestario, y por lo tanto invitándoles a gastar mucho más y dejar que sus déficits aumenten. Solo hay una pega a este mecanismo, y es que el respaldo del BCE debería ser de por vida, porque si fuera temporal, y en un momento determinado dejaran de darlo, nuestra deuda sería impagable. Úsenlo, ministras Montero y Calviño, porque si no el destrozo social, económico y moral de nuestro país será insoportable. Y nuestras previsiones se quedarán cortas. Si además no presentan un New Deal para después, la derrota electoral de la izquierda será definitiva y llegará al poder la ultraderecha.

Estamos ante una UE a la que se le ven las costuras de una impostura, de un pretender defender el valor republicano de la fraternidad pero que a la hora de la verdad defiende la ley del más fuerte, en este caso Alemania y sus satélites. Es por ello que los países del sur de Europa deberíamos exigir a la UE que se nos trate no como Estados vasallos cuyos ciudadanos tienen menos derechos que los del norte sino como iguales. Y si no resulta así, es nuestro derecho el no aceptar esa situación de sumisión. Porque entonces significará que la eurozona en realidad ha sido nada más que un montaje que ha permitido a la industria exportadora alemana expandirse hasta límites que jamás hubieran sido posibles si Alemania hubiera permanecido con su propia moneda, aislada como Estado-nación, y por tanto con unos tipos de cambio mucho más altos.

Nos preguntamos qué les ocurre a las élites españolas para aceptar tal situación. Posiblemente, para encontrar la respuesta haya que retroceder hasta 1953, cuando la soberanía nacional se vendió a trozos a cambio de que el Imperio (los EEUU) permitiera que el dictador muriera en la cama 22 años después. Y a que ese mismo Imperio, temeroso de que la URSS convirtiera España en un satélite suyo, arbitrara una reforma en que las estructuras de poder fundamentales pervivieran y a cambio se estableciera una democracia limitada, con una izquierda totalmente domesticada, una derecha genuflexa y unos medios de comunicación en su inmensa mayoría al servicio del 'statu quo'. Unas élites que venden a los ciudadanos españoles al mejor postor a cambio de asegurar sus privilegios.
Cuarenta y cinco años después de la muerte del dictador, y tras el batacazo inmenso de 2007-2013, nos hemos chocado con los problemas que ocasiona una democracia limitada, corrupta y dirigida por intereses bastardos ajenos al bien común. Esperemos que si algo bueno puede salir de esta tragedia que hemos empezado a vivir sea el que nos podamos sacudir de una vez las cadenas, romper con esta excrecencia del Antiguo Régimen que es en realidad el Régimen del 78, y ser capaces de emprender una nueva era de democracia plena y al servicio de todos.


martes, 31 de marzo de 2020

La política económica que necesitamos ahora

Artículo publicado originalmente en El Confidencial el 24 de marzo de 2020

Por Juan Laborda, Juan Carlos Barba y Stuart Medina

La historia de la humanidad demuestra que los únicos límites a los que se enfrenta el ser humano son de índole física, matemática y/o biológica. Sin embargo, las distintas estructuras de poder con que se ha ido dotando a lo largo de la historia han acabado resultando efímeras, perfectamente sustituibles, llegado el caso, por otras que permitan afrontar mejor problemas aparentemente irresolubles. La política económica que necesitamos para hacer frente a las adversidades que se derivan del coronavirus Covid-19 requiere de una implosión controlada del actual sistema de gobernanza, diseñado bajo una arquitectura que no está preparada para hacer frente los 'shocks' económicos que se avecinan. Los políticos occidentales, especialmente los europeos, deben decidir cómo quieren pasar a la historia en la resolución de la recesión que se avecina, o como Herbert Clark Hoover, o, esperemos, por el bien de todos, como Franklin Delano Roosevelt.

El brote de coronavirus va a poner de relieve la interdependencia entre la demanda y la oferta de la economía, generando una serie de 'shocks' distintos de los que estamos acostumbrados, y ante los cuales la política económica actual no sirve. Por un lado, el Covid-19 está generando un 'shock' de oferta, al dejar las empresas de producir porque su fuerza de trabajo está en cuarentena y no llegan algunos insumos clave. Este choque desde el lado de la producción tendrá un impacto muy negativo en la demanda, ya que los trabajadores despedidos perderán ingresos y reducirán, en consecuencia, sus gastos. Pero, además, el coronavirus activa un segundo choque de demanda separado. El temor y la incertidumbre que está inoculando la pandemia harán que los consumidores alteren sus patrones de gasto con bastante rapidez. Ante estos 'shocks', la tarea de diseñar una respuesta de política económica es bastante más compleja y apasionante.

La concesión de avales para créditos y préstamos, o la política monetaria no son la respuesta. Las empresas no pedirán prestado si sus mercados se están colapsando. Los consumidores no podrán aprovechar la existencia de tipos de interés más bajos si están perdiendo sus empleos. Un tipo de cambio más bajo y una mayor competitividad internacional no superarán la caída del gasto si la crisis es generalizada. Si las empresas y las familias no pueden gastar, y si el resto del mundo tampoco, usando la identidad de las balanzas sectoriales de Wynne Godley, solo el sector público tendrá la llave. El quid de la cuestión es cómo hacerlo, porque si no se hace adecuadamente, se corre el riesgo de generar un deterioro en el balance de empresas y familias que acabe transformando la recesión del Covid-19 en una gran depresión.

Es la hora del Tesoro y de Hacienda

Algunos se preguntarán si el pasado lunes Pedro Sánchez no nos recordó demasiado a Hoover. Pero aún está a tiempo de proponernos otra propuesta que seguramente debería llevar el déficit público muy por encima de los límites del 3% recogidos en los tratados europeos. Nuestros gobernantes deberían aprestarse para gestionar una economía de guerra. El hundimiento de amplios sectores de nuestra economía como consecuencia de los cierres decretados —como, por ejemplo, el turismo o la hostelería, la aviación o el industrial, cuyos canales de distribución minoristas están cerrados desde hace una semana— obligará al Estado a una masiva transferencia de rentas a los hogares y a empresas, especialmente pymes.

La necesidad de desarrollar la capacidad de respuesta de nuestro sector sanitario obligará, también, a transformar la actividad de muchas empresas —por ejemplo, para fabricar respiradores o kits de detección del virus—, algo que no es viable sin la financiación o la demanda del Gobierno. Incluso, una vez levantado el confinamiento, los daños económicos serán tan cuantiosos que el Gobierno tendrá que plantearse un gran programa de reconstrucción, así como la nacionalización de algunas empresas —Iberia entre ellas—, incluida la creación de una corporación pública para la recapitalización de las compañías con problemas, seguramente algún posible banco privado. Obviamente, olvídense de la regla de gasto aprobada recientemente por el Congreso de los Diputados, y, si me apuran, cuando acabe la pandemia, por vía de urgencia, la primera decisión de las Cortes debería ser abolir la Ley Orgánica de Estabilidad Presupuesta y Sostenibilidad Financiera, y revertir la reforma constitucional del artículo 135.

Muchos de ustedes estarán sin duda cuestionándose: ¿de dónde sacaremos el dinero para financiar este déficit? Para un Estado que dispone de soberanía monetaria, la respuesta es trivial: el Tesoro daría una orden de transferencia al banco central, quien simplemente realizaría un apunte contable cargando en la cuenta que tiene el Tesoro en el banco central, y abonando en las cuentas que mantienen los bancos comerciales en el mismo banco central, que es donde las familias y empresas, beneficiarios últimos de la inyección de dinero, mantienen sus depósitos. Para esta operación solo hace falta utilizar un ordenador.

Lamentablemente, no tenemos soberanía monetaria y además hemos encadenado nuestro sistema fiscal y monetario con numerosas restricciones institucionales. No disponemos de un banco central porque renunciamos a él cuando entramos en el euro. Las normas de los tratados europeos prohíben que el Tesoro abra descubiertos en su cuenta del banco central. Por ese motivo, el Tesoro está obligado a emitir deuda pública por importe aproximadamente equivalente al déficit público.