Cita de Roosevelt

"Ningún país, sin importar su riqueza, puede permitirse el derroche de sus recursos humanos. La desmoralización causada por el desempleo masivo es nuestra mayor extravagancia. Moralmente es la mayor amenaza a nuestro orden social" (Franklin Delano Roosevelt)

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viernes, 26 de enero de 2018

Cuando crees que eres Robin Hood también creerás que te tienen que rescatar



Artículo publicado originalmente en el Blog de la Fundación Alternativas el pasado 25 de enero de 2018.




El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, se está esmerando. Ha empezado el año introduciendo en el debate político, dominado desde hace meses por el ‘monotema’, un asunto de calado social. Para ello ha echado mano de una obsesión de Ferraz: las pensiones y su sostenibilidad. La campaña comenzó con alarmismo por el agotamiento de la hucha de las pensiones. Me asombra el celo del PSOE al reivindicar su gestión del Fondo de Reserva, nombre técnico de esa alcancía donde el Estado guarda deuda emitida por él mismo. Me sorprende porque la invención de esa hucha se inspira en principios neoliberales de capitalización de las pensiones incompatibles con los de solidaridad intergeneracional propios de nuestro sistema de reparto. En otro artículo he argumentado que la hucha de las pensiones no es una bandera de la izquierda. Poco importa. Se trataba de captar la atención de sus envejecidas bases electorales para poder presentarles su propuesta estrella de la temporada. La cuesta de enero parece época propicia para reflexionar sombríamente sobre excesos y presupuestos domésticos.


Tranquilos, señoras y señores mayores: el PSOE tiene el plan que sosegará las inquietudes que previamente les han inoculado. Prometen levantar 2.745 millones de euros anualmente con dos nuevos impuestos a la banca y a las grandes empresas y la subida de las cotizaciones a la Seguridad Social para las rentas superiores a 45.000 euros brutos anuales. Nos dicen que es justo que la banca rescatada ahora nos rescate pagando un nuevo impuesto incremental sobre el impuesto de sociedades del 8% y otro impuesto del 0,1% sobre las transacciones financieras que ordenen empresas con una capitalización de mercado superior a los 1.000 millones de euros (la mayoría de las empresas del IBEX 35 superan esa capitalización). “Rescate por rescate”, nos cuenta el PSOE.


¡Qué imprudencia poner al Estado en situación de dependencia de las grandes empresas!


Vaya por delante que no objeto al aumento de los impuestos sobre las rentas altas y las grandes empresas. En este país el Estado lleva demasiando tiempo tratándolas con algodones. El pilar fundamental de nuestro sistema tributario son los llamados impuestos directos que recaen mayoritariamente sobre las rentas del trabajo. Los gobiernos del PSOE y del PP llevan décadas reduciendo la progresividad de los impuestos discriminando gravemente las rentas del trabajo respecto a las rentas del ahorro. Según datos facilitados por la AEAT, el tipo efectivo tributado sobre las rentas del ahorro no superó el 10% en 2014 mientras que, para las rentas del trabajo, el tipo medio efectivo fue del 14%.


La causa de mi crítica a la idea del PSOE no procede de un aborrecimiento por la creación de nuevos impuestos, sino de las premisas de origen ideológico neoliberal que la contaminan. Implícitas en la propuesta de crear impuestos finalistas para asegurar las pensiones se hallan una serie de falacias que proceden de la escuela económica neoclásica y que llevan décadas aprisionando ideológicamente a los partidos socialdemócratas. Refleja creencias como que el Estado tiene que financiar su actividad mediante impuestos o el temor reverencial a los déficits y deuda públicos, a los que se atribuyen supersticiosamente todo tipo de males como el improbable crowding out del sector privado o la generación de amenazas inflacionistas. En las mentes progresistas estas falacias desembocan en otra más que les es peculiar: la falacia de Robin Hood. Es decir, creer que el estado necesitaría extraer dinero de los ricos antes de financiar los servicios públicos.


Esta creencia coloca al Estado en una posición de debilidad, subalterna al gran capital, de pedigüeño que tiene que extraer una limosna de los ricos para redistribuirla hacia las clases medias (recordemos que en España la política social nunca fue pensada para atender las necesidades de los pobres).


La creencia en el estado Robin Hood es una desgracia para los políticos progresistas porque la disposición emocional del capitalismo oligárquico condiciona las políticas sociales. Los progresistas han tolerado el libre movimiento de capitales cediendo a argumentos de eficacia en la asignación que son bastante cuestionables. Recordemos que fue el PSOE el que negoció el Tratado de Maastricht. El temeroso socialdemócrata está persuadido de que si enojamos al capitalista con un exceso de tributación trasladará sus depósitos bancarios a otros lares más acomodaticios.


Craso error porque, lejos de necesitar los impuestos para financiarse, el Estado tiene la capacidad de crear el dinero. En cambio, las grandes empresas y las personas adineradas solo son meros usuarios de una divisa que ha creado el Estado, único monopolista en su emisión. El Estado consiente que los bancos participen de ese monopolio creando instituciones que estabilizan el sistema bancario y aceptando el dinero crediticio como medio de pago para liquidar las deudas tributarias. Pero, lejos de necesitar el dinero de los oligarcas, el Estado puede crearlo a coste cero. El sector privado, salvo que se dedique a la falsificación de moneda, no puede crear moneda. Si estudiamos el balance consolidado del sector privado solo el Estado y las exportaciones pueden entregarles los activos financieros que permiten que tenga una posición de ahorro neto positivo.


Cuando el Estado paga una pensión simplemente está creando dinero. De hecho lo que hace es una anotación contable en el banco del pensionista. Un jubilado podría perfectamente quedarse delante de la pantalla de su ordenador y observar cómo el día de abono de su pensión los dígitos que representan su saldo bancario aumentan en el importe de su pensión. Ese dinero no sale de una empresa o de un banco, lo crea el Estado. El Gobierno no necesita que Robin Hood se lo quite a los ricos.


La función de los impuestos, frente a lo que cree el equipo de Pedro Sánchez, no es la de financiar al Estado sino la de crear demanda por la moneda que ha éste introducido en la economía al ejecutar el gasto público. Los impuestos además destruyen el dinero creado por el Estado.


Un político armado de este conocimiento puede diseñar impuestos más eficaces. Puede utilizarlos para drenar poder de compra si la inflación mostrara su patita aunque hace años que no la vemos por estos lares. También puede someter a los ricos a mayor tributación, no para sacarles un dinero que el Estado no necesita, sino para evitar que consuman una cuota de los recursos reales desproporcionada como cuando construyen mansiones horrorosas o impedir que retengan poder de compra en lugar de reintegrarlo al circuito económico. Los impuestos pueden servir para pastorear las actividades del sector privado alejándolo de aquéllas socialmente indeseables y encauzándolo a otras socialmente más útiles y beneficiosas (por ejemplo desincentivando el uso de combustibles fósiles).


Tratados de Maastricht


Cierto es que el ingreso de España en la Unión Monetaria Europea ha limitado ese poder de nuestro Estado, cesión que no fue inocente pues respondía al designio neoliberal de someter completamente nuestra sociedad a las "fuerzas del mercado". Aun así, los mecanismos operativos de nuestro sistema monetario siguen siendo esencialmente los mismos aunque estén muy condicionados a la aplicación de límites arbitrarios señalados en los Tratados de Maastricht, esos que negoció el PSOE.


Para asegurar las pensiones no hace falta ningún impuesto. Basta con que la población adulta tenga empleo en actividades que produzcan bienes y servicios en suficiente cuantía como para que haya un excedente que se destine a los jubilados. Un impuesto sobre las transacciones financieras no sirve para ese propósito.


El impuesto sobre las transacciones financieros es una vieja bandera de algunos movimientos progresistas. Tradicionalmente se ha postulado como herramienta para contener el desarrollo de una actividad crediticia generadora de burbujas y especulación dentro del modelo de capitalismo financiarizado. ¿Tiene mérito la propuesta del PSOE entonces como instrumento contra la financiarización? Es improbable. El impuesto a las transacciones parte de una visión de economía de mercado según la cual ésta se puede regular alterando los precios de forma que tal impuesto introduciría fricciones sobre las transacciones financieras desincentivándolas y reduciendo así su volumen. Pero un impuesto como sugiere el PSOE del 0,1% realmente no parece tan gravoso como para conseguir ese fin. Este empeño en mandar tenues señales al mercado se parece a pretender que se puede apagar un incendio echando cubitos de hielo. Si el PSOE considera que estas transacciones son dañinas deberían proponer su prohibición o limitación con ­ ¡válgame Dios!­ regulación eficaz, la prohibición de aquéllas que son claramente lesivas o incluso, — ¿por qué no?— la nacionalización de bancos.


Así pues ¿para qué queremos ese nuevo impuesto? Ni va a cumplir con el propósito de financiar las pensiones, como he explicado, ni va a desincentivar el desarrollo del capitalismo financiarizado.


Subir los impuestos a las grandes empresas de mayor capitalización no me parece mal pero hay que entender qué se pretende conseguir. Me parece mucho más acertado un impuesto que contribuye a mejorar la equidad fiscal. Por eso me permito hacerle una sugerencia al PSOE: someter a las rentas del ahorro a la misma presión fiscal que se aplica ahora a las rentas del trabajo.


Concluyo compartiendo con ustedes la principal razón de mi perplejidad. ¿A qué viene esa obsesión con la sostenibilidad de las pensiones? ¿Por qué es ésa la única partida cuya sostenibilidad está en cuestión y no, por ejemplo, el presupuesto de la Casa Real, el de tendido de kilómetros de AVE o el de Defensa? ¿Por qué tienen que ser las pensiones las únicas prestaciones sociales que se ‘financian’ a través de un presupuesto segregado de los generales del Estado? ¿Acaso tenemos una caja de la sanidad pública, otra para las políticas educativas, u otra para defensa? No necesitamos que rescaten al Estado; dejen de amedrentar a la población.

lunes, 28 de marzo de 2016

La cortina de humo del fondo de reserva

Artículo publicado originalmente en la sección Luces Rojas de InfoLibre el 27 de marzo de 2016.

En la campaña de las elecciones generales de diciembre de 2015 se produjo un debate entre el presidente Rajoy y el candidato Sánchez. En un momento de tensión dramática el socialista, sosteniendo en sus manos un gráfico que mostraba la evolución del fondo de reserva de la Seguridad Social, le recriminó al conservador: “Fíjese en lo que ha pasado: en tan sólo cuatro años usted ha esquilmado la mitad de la hucha de las pensiones, del ahorro de los pensionistas”. El comentario es muy revelador sobre creencias muy asentadas incluso entre políticos que se dicen progresistas. Demuestra una pobre comprensión sobre la función del ahorro macroeconómico, que se asimila al ahorro individual. El líder del PSOE asumía que se pueden pagar las pensiones del futuro con ahorro del presente. Sin embargo, pretender que un fondo de reserva va a pagar las pensiones del futuro es tan absurdo como decir que, si guardamos un huevo de cada docena, un pico de la barra de pan, un botón de cada camisa que llevamos puesta o 100 mililitros de cada brik de leche que consumimos cada día, cuando seamos ancianos, podremos consumir esos alimentos y bienes que hemos guardado. Sin embargo sabemos que no es así; consumimos hoy lo que se produce hoy o, como mucho, hace unas semanas. Dentro de 30 años, todo aquel que siga vivo tendrá la oportunidad de consumir aquello que se produzca en ese tiempo. Los bienes y servicios reales no pueden ser devueltos al pasado ni enviados al futuro.

Asegurar que los ancianos puedan percibir una pensión en el futuro no depende de que se haya dotado un fondo de reserva en el pasado, sino de que haya excedentes reales obtenidos en ese momento. Los políticos deben entender que se enfrentan a restricciones reales —la disponibilidad de bienes y servicios producidos en la economía real—, no financieras. Si en el futuro la producción no es suficiente para cuidar tanto de los trabajadores como de las personas dependientes, ninguna acumulación de riqueza financiera en el pasado permitirá atender a los ancianos. El problema no estriba en pagar a quien produzca en el futuro con activos financieros de un fondo de reserva, sino en que estos productores puedan ofertar lo suficiente. Es la productividad de los factores (capital y trabajo) la que permite generar excedentes en cuantía suficiente para atender a las personas dependientes después de cubrir las necesidades básicas de trabajadores y empresarios. Si en el futuro la producción real cae, ya porque mengüe el número de trabajadores, ya porque caiga su productividad, puede que no se produzcan excedentes y habrá que elegir entre dejar que sean los trabajadores quienes pasen hambre y privaciones, o que sufran los mayores (u obligar a éstos a seguir trabajando pese a haber superado la edad de jubilación).

Entonces, ¿por qué los políticos se han empeñado en dotar un fondo de reserva? Se trata de una restricción autoimpuesta sobre el gasto público; es decir, obliga al Estado a gastar menos de lo que podría o debería. Este tipo de limitaciones encajan en la misma lógica absurda de las transferencias intergeneracionales. ¿Cuántas veces hemos oído aquello de que el déficit público está dejando una deuda a nuestros hijos? Es absurdo, porque el nivel de impuestos de cada momento no viene determinado por decisiones tomadas en un momento anterior, es una decisión que corresponde al presente. Un déficit pasado ni puede ni tiene que ser pagado por las generaciones futuras. Si el Estado genera una deuda pública, las generaciones futuras recibirán en contrapartida la riqueza financiera neta que añadieron dichos déficit (strictu sensu, quienes recibirán esas rentas serán quienes compraron los títulos de deuda pública o los hijos de éstos), así como las riquezas reales que se hayan generado como consecuencia del efecto de esos déficit: centros de investigación y enseñanza, una población más sana o mejores infraestructuras de transporte.


En realidad, el fondo de reserva sólo sirve para perpetuar el autoengaño sobre el cual hemos diseñado nuestro sistema de cotizaciones a la Seguridad Social. Hemos creado una ficción institucional según la cual las pensiones se deben pagar con las contribuciones de los trabajadores y de sus empleadores. Sin embargo, es éticamente cuestionable que sean solo éstos quienes coticen a la Seguridad Social. ¿Por qué debe recaer la solidaridad intergeneracional sólo sobre los trabajadores y empresas, y no, por ejemplo, sobre los rentistas? En cualquier caso, resulta evidente que esto no deja de ser una ficción porque, si algún día la caja de la Seguridad Social no fuera suficiente para cubrir las pensiones, el Estado se vería obligado a cubrir el déficit, mientras pueda extraer recursos suficientes de la economía.

Volviendo al fondo de reserva tan apreciado por Pedro Sánchez, a 31 de diciembre de 2014 acumulaba un saldo de 41.634.178.156,72 euros, pero, antes de que nos emocionemos al conocer la existencia de este tesoro, advirtamos de que está íntegramente invertido en títulos de deuda emitidos por el estado español. Es decir, se trata de dinero que el Estado ha sacado de su bolsillo izquierdo para meterlo en el derecho. Por tanto, la capacidad de pagar pensiones de jubilación con este fondo en el futuro dependerá únicamente de la que tenga nuestro Estado en el futuro de apartar producción real; es decir, de imponer tributos a la población para que una parte de sus rentas se transfiera a los ancianos. Si el Estado hubiera invertido estos fondos en emisiones de países extranjeros que están experimentando actualmente un crecimiento acelerado de su población laboral y de su economía, como Brasil o México, quizás podríamos felicitar a nuestros políticos por su astucia. En este caso podríamos captar parte de la producción real de estos países en el futuro y destinarla al consumo de nuestros ancianos. Sin embargo, en su diseño actual,entendemos que lo mejor que se puede hacer con la hucha de las pensiones es vaciarla y tirarla al fondo del mar para que Pedro Sánchez no la vuelva a encontrar.

Entender el problema de los excedentes reales nos ayuda a comprender el problema de las pensiones al que nos enfrentamos. Es de Perogrullo decir que, para que haya excedentes, tiene que haber producción, y para que haya producción tiene que haber gente trabajando. Pero éste es el quid de la cuestión. La demografía española se ha convertido en una seria amenaza a la sostenibilidad de las pensiones y al crecimiento de nuestra economía. España ha empezado ya a perder habitantes en 2015 al superar por primera vez las defunciones al número de nacimientos. Según un estudio realizado por el Instituto Nacional de Estadística (INE), “si se mantuvieran las tendencias demográficas actuales, España perdería un millón de habitantes en los próximos 15 años y 5,6 millones en los próximos 50 años”.

La pérdida de población se ve agravada por el concomitante envejecimiento de la población. Según el mismo estudio del INE citado anteriormente, “el porcentaje de población mayor de 65 años, que actualmente se sitúa en el 18,2%, pasaría a ser el 24,9% en 2029 y el 38,7% en 2064”. Las claves del declive demográfico español es la acelerada caída en el número de nacimientos, fenómeno que será cada vez más acusado a partir de 2040. En esa década, lustros de baja fecundidad, zapa y mina de la demografía española, se cobrarán su pieza y provocarán una crisis acelerada, porque el número de mujeres en edad fértil caerá en 1,9 millones dentro de 15 años y en 4,3 millones dentro de 50 años. Aunque subieran las tasas de fecundidad, probablemente los nacimientos serían insuficientes para compensar el creciente número de defunciones.

La caída de la fecundidad se debe al retraso en la maternidad, actualmente situada en 32,7 años y que se acercará a los 33 años, y a la caída de la fecundidad por mujer en edad fértil, que se proyecta en 1,22 hijos por mujer en edad fértil para 2064. Podríamos compensar la caída de la natalidad con inmigración como hicimos durante la burbuja inmobiliaria, pero la falta de oportunidades profesionales resta atractivo a nuestro país para los extranjeros.

Las cohortes nacidas en el llamado baby boom español de los años 60 y 70 del siglo pasado deberían caer presas del pánico. No es fácil explicar cómo podrán acceder a una pensión decente cuando dentro de 20 años existan menos de dos personas en edad de trabajar por cada persona dependiente. En el año 2029 la tasa de dependencia será casi de 0,6 (no llegará ni a dos trabajadores por dependiente) y en 2064 casi de 1 a 1. Con tal tasa de dependencia haría falta una población laboral extraordinariamente productiva. Teniendo en cuenta que uno de esos dos trabajadores habrá pasado la mitad de su vida en situaciones de desempleo y precariedad, sospechamos que sus capacidades productivas estarán mermadas, si no es que se ha convertido él mismo en dependiente víctima de una profunda depresión. El coste para la sociedad de haber maltratado a generaciones de jóvenes con contratos de trabajo precarios y situaciones de desempleo prolongado es la imposibilidad de asegurar el reemplazo generacional y el pago de las pensiones.




[i] Nota de prensa del INE Proyección de la Población de España 2014–2064 publicada el 28/X/2014